miércoles, 6 de marzo de 2013

Se paró en frente de ella, mirándola fríamente, una gélida contemplación distante, como nunca había observado a nadie, como si no hubiera nadie allí en frente suyo, como si no fuese ni siquiera la suficientemente cosa como para merecer una mirada real. La miró, no a los ojos, sino al punto intermedio entre ellos, allí donde comienza la nariz, unos dos centímetros más abajo que donde apunta el láser de un francotirador de película.
Ninguno de los dos supo cuánto tiempo transcurrió así, él congelado, estatua glacial, ella en frente suyo, rogando una señal de reconocimiento, de humanidad y, luego, simplemente mirando al piso, aguardando el momento de poder moverse, huir, desaparecer del mapa y no volver a cruzarse más con esa persona que tanto quiso otrora y que ahora le negaba hasta su olor.

1 comentario:

Moni dijo...

y... si querés cortar algo, creo que no queda otra. Si no, siempre queda algún enganche que después te hace depender y no te deja vivir.
Bah, eso lo vivo yo.