Ana sentía que flotaba. Pobre, pobre Anita, se compadecía de ella misma a falta de compañía que lo hiciera.
Veía amaneceres y anocheceres, inclusive a veces dormía; sin embargo, desconocía días y horas, mezclaba pasados, futuros e imaginación.
Ana era una bomba a punto de estallar. Silencios, gritos, carcajadas, llantos, tan próximos a sus lunares, suplicando por salir del envenenado cuerpo que las contenía en un simple nudo marinero que ahorcaba desde su campanilla hasta sus intestinos.
Ana esperaba, Ana desesperaba, Ana deseaba, Ana amaba, Ana retrocedía, Ana temía.
Ana sintió morir. Ana agonizaba, susurraba, sudaba, deliraba.
Ana detonada.
Ana tenía vergüenza. La avergonzaba un poco su cuerpo más grande que el que correspondía y la avergonzaba caer ella misma en esos estereotipos que detestaba.
La avergonzaba su facilidad para reír, llorar y ponerse seria, y más cuando reía entre llantos o estornudaba, lo que le causaba gracia, en un momento de seriedad.
Sentía vergüenza de su moral y de su capacidad de mirar desde el punto de vista del otro. Le avergonzaba su inacción consecuencia de comprensión y su acción por hartazgo o temor.
Ana sentía vergüenza de estar orgullosa de ser como era y de, por esa timidez, dejar de ser quien era. Y lo que más la avergonzaba era perderse en esa dialéctica y no encontrar cuál era la verdadera.
Ana. Ana estaba cansada de pensar en Ana. Más cansada estaba de pensar en Mati, de intentar comprender a Mati, de entender que nunca lo comprendería simplemente porque él no quería que así fuese, de olvidarse y volver a intentarlo.
Estaba requetere podrida de pensar en el otro, y de sentirse culpable cuando dejaba de hacerlo.
Ana estaba cansada de intentar y nada, sólo intentar, constante “seguí participando”.
Menos mal que más cansancio le daba la idea de dejar de tratar, de perderse dentro de una gigante bruma de emanaciones desconocida, o simplemente dejarse caer.
Entonces Ana, Anita, la pequeña eterna desdichada, se daba cuenta que tenía orgullo, dignidad, que sólo se trataba de seguir y que en eso ella era experta.
Sin embargo, Ana, la buena, la sonriente y tímida, la inteligente, no comprendía.
Ana viviendo el peor momento de su joven vida. Ana rodeada de gente que quería contenerla, gente embroncada. Y Ana veía a Ana llorar, dudar, cuestionarse todas sus estructuras hasta derrumbarse.
Si Ana era tan única, tan buena y especial, ¿por qué Mati le hacía todo eso?
Mati autodestructivo, Mati inconsciente, Mati contradictorio, Mati hiriente.
¿Qué te pasó, mi amor? ¿Dónde quedó mi Mati?
Pobre estúpida, estúpida Ana, que todavía no quiere entender que este es Mati, el que le dijo inútil, el que la encerró, el que la ahorcó, el que le rompió la puerta y le robó.
Tan útil Ana, que comprendía con dolor horror que Mati no era Mati que Mati no quería ser Mati que Mati padecía a Mati.
¿Hasta cuándo se puede justificar lo presente en lo pasado? ¿cuánto futuro vamos a invertir en el otro, el otro que no invirtió ni presente en nosotros?
Confundida, Ana, tenía a Mati en su cuerpo y su cabeza; no entendía cuál de los dos pensaba, a quién correspondía cada sentimientodeseodolortemor.
¿Quién tenía pánico de mostrarse tal cual es? ¿Cuál de los dos? ¿Ambos? ¿O ninguno?
Ana, que repetía acerca de que el presente es consecuencia de lo que decidimos, que cada uno elige su camino. ¿Ella había deseado todo esto? ¿Lo había buscado? ¿Cómo se conjugan las consecuencias de ellos y aquellos y esos otros en el camino compartido por momentos que nos toca vivir? ¿Cómo racionalizar tanto dolor, tanta traición?
Ana sabía que tenía que sufrir. No es que no estuviera herida, pero la fatalidad le había durado unas horas nomás.
¿Por qué no agonizaba? ¿Se ocultaba su dolor o no lo sentía?
Lo que le dolía era que Mati no se preocupaba por ella. Aunque sea, cuando le dijo inútil, se refirió a ella. Cuando le dijo sometida, que era una hermosa persona, mentirosa, alegre, traidora, desquiciada, deprimida, psicópata, celosa compulsiva.
¡Qué mal debía estar de la cabeza si extrañaba a su oprerepresor!
Sin embargo, reía. Sin embargo, no podía evitar la calidez en su pecho. Y, sobre todo, sin embargo, nada le quitaba su deseo de seguir creyendo.
Lentamente se borran tus imágenes, tu mirada observa otro horizonte al que no pertenezco, que no veo, y yo hago mi parte en el proceso.
No puedo negar que, aún hoy, con todo lo que hiciste, te extraño.
Encontré otro hueco donde dormir, en el que mi cabeza reposa tan cómodamente como bajo tu hombro. Pero esos pies no acarician los míos como solías hacerlo, enredados entre las sábanas que nunca estaban bien puestas. Será que él es más alto, que no sos vos.
Y menos mal que no es vos, porque me hiciste, me hacés, sufrir más que nadie. Lo que viví no se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Igual te extraño, amor. No sé por qué ni qué añoro, voy borrándote y eso da pánico.
Fuiste mi “para siempre”. Sos mi “nunca más”. Pero te extraño y no lo puedo evitar.
Su mirada me gusta, y dista tanto de la tuya. Sus ojos sonríen tanto como pocas veces vi a tu boca hacerlo. Tus ojos no sonríen. Sos frío, sos hielo. Sos nieve y yo me hundí.
Me acostumbré a despertarme sin tenerte al lado, pero no a tener a otro.
Ahora la casa depende de mí, nadie la desordena ni ordena como lo hacías.
Mucha gente me acompaña, se preocupa. Pero nunca lo hiciste.
¿Te sentirás culpable, aunque sea triste? Extraño tus charlas, pero hace mucho me las quitaste también.
No te reconozco.
No me conozco.
Ana sabía que en algún momento sucedería, lo había estudiado, lo había visto en esa interminable lista de series que servían de distracción.
Había estado en shock, por eso no sufría.
Mas Ana saldría del shock, Ana salía del shock y dolía, quemaba, ardía.
Agonizante, adolorida, Ana arrastraba, amablemente, aquel ansioso e inanimado cuerpo por su asquerosa cotidianeitumba.
Herida, casi muerta, desganada, insatisfecha, movía sus pies: trabajo, estudio, familia, amigos.
Excusas, simples, puras, obvias excusas que ya no servían para ocultar su abismal sufrimiento.
Plaza, recital, alcohol, marihuana e incontables colillas.
Solitario, música, escribir, reemplazos en otros trabajos, segunda carrera, buscar casa, limpiar, ordenar.
No, Ana sabía que ya nada hacía efecto.
Ana, dulce Ana, me encantaría acariciarte, sostenerte, contenerte, arrancar a mordidas tu dolor y comerlo, tragarlo, digerirlo, cagarlo, quemarlo, sepultarlo.
Pero yo soy Ana, y no tengo fuerza para saciarme, para quererme, para contentarme por cinco detestables minutos.
Ana, no soy valiente.
Ana, no soy fuerte.
Ana, no soy Ana.
Ana, no sos Ana.
Ana, ya no existimos.
Ana, Anita, no llores más, mi amor, va a estar todo bien, estoy acá, con vos.
¡NO!
¿Para qué llorás? ¿Te creés que me vas a dar lástima así? Llorar es fácil, es pretender que otro se haga cargo de vos. Estamos solos, morimos solos, no hay padres. ¿Para qué llorás? Hacete cargo de vos. Dejá de hacer ruido, dejá de desperdiciar líquido, tiempo, fuerza.
Paso al compás, uno, dos, uno, dos.
No te sentís mal, es psicológico. Si querés algo, buscalo, estás grande, levantate.
Aunque a vos no te guste, a mí sí, así que bancátelo.
Te amo, mi amor, lo nuestro es para siempre.
Deberías estar empastillada e internada, ¡desquiciada!
Tengo miedo de dejarte sola, de que entres al baño, estás loca, sos capaz de cualquier cosa.
Eso no lo pensás vos, ¿cuál de tus hermamigos te lo metió en la cabeza?
No me importa si te cogés a otro, hacé lo que quieras.
Estás rodeada de mierda, tienen malas vibras, te manipulan.
Yo te vi feliz, te vi reír de verdad, en las vacaciones. Volvemos y te atacan los celos, bancátela, posesiva, es mi territorio, no te metas.
Dejá de mentirte, esta no sos vos, hacés todo mal, inútil, ¿te creés que no me doy cuenta cada vez que me mentís? No podés conmigo.
No pensás, puro instinto, puro ello. Sin mí no sos nadie.
Acurrucada, atemorizada, aturdida, feto lagrimeante, sangrante, sufriente. No ceso de escucharte en los silencios, de sentirte en el aire, de verte en las sombras de lo poco que me dejaste.
Violento, golpeador, manipulador, mentiroso, acomplejado. Te hiciste tan chiquito que habitás cada átomo; te respiro.
Achicate más, ápice de ser humano, desaparecé.
1 comentario:
te sigo amando tanto en silencio
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