sábado, 12 de febrero de 2011

Cómo explicarme aunque sea a mi misma lo que siento en este momento?

Viví una especie de adrenalina increíble, un fogonazo, una chispa incendiaria, donde el mundo giró y quedé de cabeza, junto a tu boca, disfrutando cómo me subía la sangre y empezaba a hervir.

Y de repente, como comenzó, terminó. No sé qué habrá pasado, pero pareciera que volvimos a pisar el suelo, y nos despegamos. Será que te mareaste, será que te dio miedo o sólo te aburriste. Pero sé que descubrí el vuelo y ya no me interesa ir por tierra; encontré un mundo nuevo, lleno de expectativas y deseos, de sensaciones y escalofríos, de calidez y ensueño. Sé que tengo alas y no las quiero replegar nunca más; sé que existe algo más y ya no me quiero conformar; sé que hay un fuego en mi y no voy a dejar que deje de encandilar.

viernes, 11 de febrero de 2011

empezar a aceptar
dejarse llevar
gozar
cuánto placer sentir
desear
poseer
perder
reencontrar

y ya no se sabe bien
qué es quién
qué querés
qué hacer
cómo vivir
cuánto planear

sólo sentir - te
sólo besar - te
sólo tocar - te
sólo dejarlo ser
si es lo que querés

domingo, 16 de enero de 2011

Miraba
destemplada

Observaba
expectante

Esperaba
impaciente

Pero el momento
no llegaba

Pero el bendito momento
no llegó

Y al final
sólo partió

jueves, 14 de octubre de 2010

Me descubro volando, ansiando estar en quién sabe qué lugar. Qué importa en donde?
Me descubro volando, hacia mi pasado, hacia mi presente. Qué quiero para mi futuro?
Me descubro indecisa, pero segura. Me encuentro firme, actuando.
Me descubro más yo que nunca, haciendo, siendo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Autobiografía lúdica

Lo primero que pienso cuando recuerdo mi infancia son los juegos con mi hermana mayor. Tuve la suerte de ser la menor en la casa, viviendo con mi mamá y mi hermana, Yael, que me lleva 3 años.

No sólo fui la poseedora de aquellas cosas que habían pasado por mi hermana, mi prima y mis hermanastras, que traían historia consigo, sino también la receptora de los juegos nuevos, la menor, la más mimada. Aunque nunca tuvimos una posición económica cómoda, jamás falto diversión en nuestra casa. Un recuerdo muy latente respecto a eso, es mi cumpleaños de 6. Ese día, mi mamá se levantó muy temprano para ver cómo había salido el Telekino, al que siempre jugaba. Ganó $10. Corrió a la juguetería y me trajo el “Clericó”, uno de los juegos que más jugué en la primaria, que era de sumas.

El juego en casa por excelencia era la maestra, con todos sus derivados. Mi hermana, la srita. Ciruela, me explicaba cosas que ella ya había visto y me daba tareas; teníamos nuestro propio cuaderno y pizarrón. Así, al llegar a primer grado, no quería entrar a clases, porque ya sabía lo que veíamos. Sin embargo, cuando me propusieron saltear segundo grado, dijimos que no, que tenía mi grupo de amigos y debía seguir con ellos. También jugábamos mucho a la radio, grabándonos en un cassette y regrabándolo hasta que no andaba más la cinta.

La situación cambiaba cuando íbamos a la casa de mi papá. Tatiana, mi hermana por parte de él, tiene 4 años menos que yo. No sólo estaba ella, por lo que ya no era más la chiquita, sino que estaban mis 3 hermanastros, que me llevan entre 4 y 10 años. En esa casa no se sentía la armonía, tampoco la privacidad ni la elección. Éramos muchos en un espacio reducido, en el que a veces también se sumaban otro hermanastro y mis abuelos. Los horarios eran más estrictos, siempre teníamos un adulto cerca (la esposa de mi papá) y había más obligaciones. Allí los juegos eran más “ajustados”, pasaban por el contexto de vivienda. Mi papá y su familia nunca tuvieron un hogar fijo, sino que entre el año ’91 y 2001 se mudaron unas 10 veces, entre campo, capital y provincia, departamento o casa, alquiler, lugar de trabajo o préstamo, con o sin negocio.

Uno de los juegos que teníamos era el de la vendedora. Fue más o menos en el ’93 cuando pusieron un negocio de ropa en Nuñez. Cuando el local cerraba, los chicos aparecíamos y lo cambiábamos todo de lugar. Inclusive, mi papá dejaba plata en la caja para que podamos jugar a ser clientes.

En el ’95 vivieron en una congregación, en el departamento del encargado. Salíamos de casa y teníamos un patio con huerta y juegos, aulas con materiales e inclusive un templo con instrumentos y velas. Esa fue la época en la que más disfrutaba ir los fines de semana para allá.

En el ’98 se mudaron a la mejor casa: en el garaje pusieron una galletitería y Tati y yo jugábamos a testear que estén ricas las galletitas.

Mi hermana Yael me acompañaba a todos lados. No sólo vivíamos juntas con mamá, que trabajaba muchas horas, por lo que solíamos estar solas en casa, e íbamos juntas a lo de papá, sino que también fuimos a la misma primaria. Hasta mis 8 años, nos peleábamos muchísimo. Básicamente, yo me encaprichaba, ella se enojaba, yo le pegaba, ella lloraba y yo lloraba por verla llorar. Al llegar mi mamá y vernos a ambas tristes, la retaba a ella por ser la mayor y, por ende, la responsable. Un día mamá nos castigó: no nos dejó ver “Chiquititas”. Aquél día fue clave para nuestra unión. Me enseñó los códigos, formamos la “hermandad de las hermanas”. “Nos podemos pelear entre nosotras, pero siempre unidas frente al resto.” Así fue que si nos peleábamos y mamá la retaba, yo la defendía, y viceversa. Ya no nos podían parar.

En el colegio, siempre jugué más con los chicos, me llevaba mejor con ellos y me acoplaba a sus juegos, ya sea fútbol, pegarse o molestar a las chicas. A medida que fuimos creciendo, nos fuimos unificando más, y empezamos a jugar entre todos. Una vez por mes, en el cole se organizaba una jornada deportiva, donde participábamos en distintas disciplinas. También fui parte del equipo de handball, con el que salimos campeonas del distrito.

Otro paraíso lúdico era la casa de mis primos. Los 3 tienen entre mi edad y la de mi hermana y viven en una quinta, con hamacas y pileta. Entre los 5 éramos dinamita: nos matábamos y nos amábamos. A la noche nos juntábamos en un cuarto, a veces éramos hasta 9, sumando a los primos de ellos, y nos contábamos secretos o escuchábamos a mi hermana, la mayor de todos, explicándonos cosas.

Al ir creciendo, hacer el curso de ingreso y entrar en la secundaria, fui conociendo otra gente, otros ámbitos, y adecuándome más a lo que “correspondía”. A su vez, mi hermana ya era toda una adolescente y no quería alejarme de ella, por lo que mantuve códigos que quizás no entendía tanto y me adapté a su edad. Cuando empecé a entrar en confianza con mis compañeros nuevos, pude finalmente abrirme un poco. Bic, mi mejor amiga de la secundaria, que a fin de 2do año se fue a vivir a Canadá, dejó una gran marca en mi vida. Al apenas conocernos me invitó a su casa a dormir y me mostró su colección de Pily Pockets, muñecas del ancho de un meñique y la altura de 2 cm, y su infinidad de muñecas de Sailor Moon. Me enseñó que no hay que tener vergüenza de nuestra infancia ni forzarnos a dejarla atrás. Siempre mantuve esa postura.

Hubo otras personas en la secundaria con las que me pude abrir en ese sentido. Hubo 2 compañeros con los que compartí muchísimo, grandes amigos de esa época, con los que teníamos juegos tan básicos como hacernos cosquillas, hacernos enojar, o hasta jugar partidos de Winning en la Play Station. No importaba lo que hiciéramos, la cuestión era la comodidad y la confianza para ser y dejar ser.

Con mi hermana seguí teniendo el mismo código hasta hace un tiempo. Mientras vivíamos juntas, ella esperaba a que yo vuelva del colegio a las 11pm y nos juntábamos en su cuarto a jugar a las cartas, escuchar música y charlar. Ya no eran los mismos juegos, pero era nuestra atmósfera propia, donde éramos libres y comprendidas. Fuimos creciendo y cada una vive en su casa, ella con su hijo, y las prioridades fueron cambiando. Igualmente, al juntarnos solas, se siente un resto de ese aire que quiere retomar y espero que algún día lo haga.